jueves, 23 de marzo de 2017

"Los Muertos q vos matais"

Para cuando la pena es tan grande q acaba enfemándote irremediablemente, arrugando tu corazón y sin dejarte dormir en paz... ¡No hay esperanza! Ya está arraigada y, al menos yo, no conozco a alguien q haya podido curarse.

Esta vez el tan mentado “había una vez” comienza con la corta historia de un desahuciado más con el q me topé durante una caminata solitaria a orillas del río más cercano al pueblo donde vive mi abuela. Solía ir a llorar ahí por las noches cuando visitaba esa vieja y alejada casa.

Traía un dibujo hermoso con la figura de una mujer, dibujada por él mismo con sumo cuidado y terneza, muy a pesar de la rapidez con la q lo hizo, según me dijo, minutos antes de encontrarnos por casualidad. Había escrito con letras azules en la parte inferior:

"en el rocío de las cosas simples el corazón encuentra su alborada y se refresca"

Esa noche el desconocido y yo nos hicimos confesiones sublimes y amargas, no muchos de los q estamos enfermos y por ende acongojados podemos encargarnos de expresar nuestros inexorables pesares..., sin embargo, bastan algunas miradas para q podamos reconocer q hay otro ser alrededor q no es capaz de respirar ni de dormir tranquilo, de tanto llorar por ciertos malestares.

Mientras se lavaba las manos me explicaba q esta enfermedad carece de etapas y te hace vivir en un constante frenesí. Había hecho aquel bonito dibujo después de q lo dejaron solo. La mujer a la q quería no había podido enamorarse de él de igual manera y luego deatravesar una situación difícil durante una larga temporada, ella decidió acabar su compromiso para irse a buscar el amor por otro lado menos intrincado. Así lo hizo, sin llanto, queja o promesa q le hicieran cambiar de manera de pensar.


Quizá algunos de nosotros decidamos llorar a escondidas cuando aún se puede contener un poco el llanto... a la hora de la comida, con la familia o una q otra persona cerca; odiamos q nos vean lloriqueando como niños chiquitos porq tememos q descubran q estamos muy enfermos de pena, tristeza o por una maliciosa soledad, pero en su caso no le avergonzaban muchas cosas, y había decidido contar algunas de ellas. El propósito de tanto caminar hasta el río era pretender encontrar la inspiración suficiente para dibujar. Siempre esperaba al crepúsculo con esos fines oyendo el ruido del agua y sintiendo en las piernas y los pies un razonable cansancio habiendo caminado desde otro pueblo, el suyo, no tan cercano q digamos, por el q el río no pasaba.

Yo le dije varias veces q ese río aparte de no conceder soluciones, tampoco aparentaba ser útil para la inspiración, aunque había oido q la gente solía perder sus cosas a veces mientras lo cruzaban por la fuerza de la corriente y las encontraban días después en las puertas traseras de sus casas, denominadas por ellos 'puertas falsas' por donde pasaba. De repente algo de singular tenía para los q no eran forasteros como yo.

Después de esperar algunas horas sentados en silencio sobre unas piedras para enternecernos con los primeros brillos del sol, cada uno regresó al lugar de donde partió al anochecer. Antes, él decidió por sí solo regalarme el dibujo de 'Esperanza' porque al fin y al cabo podía hacer uno igual mil veces con el tiempo de sobra del q disponía y las ganas características de su enfermedad, necesitaba q alguien lo recuerde y recuerde también algo de lo mucho q contó. Yo le pedí su consentimiento para poder mencionarlo alguna vez en algún garabato ocasional cuando pueda sentirme un poco mejor, claro, si el mal q me aquejaba con fuertes dolores en el pecho no me terminaba matando entonces. Dicho día llegó y respiraba aliviada, me recuperé durante unos días un poco pero nunca me acordé de él; y, ahora como siempre ocurre cuando una recaída empeora el estado emocional de uno, tengo miedo de ya no ser capaz de recordar bien todo y poder describirlo, por eso me ví en la necesidad de contarlo. Tarde, como la mayoría de las cosas q valen la pena llegan..., después de eventos lastimosos. No me entristecería más escribir luego porque más no me puedo entristecer, es solo q tengo una inusitada ilusión: q él pueda enterarse de q sí lo recuerdo. Quisiera q sepa q conservo su dibujo, lo he pegado en una de las paredes de mi cuarto al lado de otros q yo hice de mis mascotas y en este momento lo entiendo mucho más, me siento como una desahuciada también, desde hace poco.
No observo el dibujo de Esperanza ni atentamente ni muy a menudo, pero cuando lo hago a veces por las mañanas me pregunto siempre antes de salir q sucedió con el taciturno y alto dibujante de justificaciones entristecedoras... Esta vez la historia no tiene un final alegre siquiera, lo cual es interesante para mí. Ese tipo de finales es muchas veces mentiroso y siempre he creído q deja un gustillo, como a inconcluso.

domingo, 10 de mayo de 2015

No one knows

Estuve mucho tiempo sin entender lo que pasaba. Aprendí a esquivar las cosas, a disimular, a decir que sí, a escapar, a engañar mejor, aprendí mentiras nuevas (muchas) y pretextos más creíbles y hasta enternecedores... Sin embargo, no aprendí a descifrar lo que quería definitivamente. De pronto yo era la mala, había dejado el papel de víctima y encima de todo eso: me gustaba.



domingo, 17 de julio de 2005

"Alianzas de en... Sueño"

Lo único que le encontraba incómodo ese día a mi vestido de novia, eran los dos alfileres plateados, enormes, que la costurera había puesto en el último día de pruebas. Uno mal ubicado a la altura del pecho, debajo de mi esternón y clavícula izquierda, y el otro a la altura de la última de mis costillas, también a la izquierda. Nunca me había hecho a la idea de que llegado el momento disidiría diseñar mi propio vestido para tamaño evento, por eso no lo hice. Mi gran esfuerzo se redujo solamente a describir, ensimismada con mis alucinaciones acerca de la semejanza que habría de tener con el traje que llevaría mi futuro esposo y los colores que me comenzaron a gustar desde los 20, entre pausas y malas interpretaciones un vestido que no debía ser blanco, mas sí verde esperanza, con ningún brillo particular que no sea proveniente de la parte inferior del mismo o naciera en mis ojos al sonreír.

Estaba más que decidido, planificado antes de que yo misma me diera cuenta. Mi mamá había puesto meses antes el grito en el cielo al enterarse del color que había elegido para mi vestido, y yo me soplé una perorata absurda que inició ella diciendo algo sobre las costumbres, pero todas sus frustraciones y poca astucia en lo que a bodas se refiere me daban más la razón. Igual la dejé que terminara de hablar (y vociferar como suele hacer durante los paroxismos de sus autodiscusiones) y sólo me dediqué a mirar aquel día hacia la ventana de la pequeña sala de mi departamento, y entre grito y grito, cuando se le reventaba el hígado y la saliva se le amargaba aprovechaba bien los momentos en que me daba la espalda para acercarme más y más a la ventana abierta de par en par.

Mi mamá fue la única en protestar y criticar de mala manera mis decisiones antes de casarme, aparte de la única en enterarse primero que nadie de todas ellas. A mí, en realidad, me bastaban las alucinaciones y lo específico y bonito del color verde esperanza para sentirme bien. El último día de ensayos fue dos días antes del matrimonio, así como la última prueba de mi vestido, un jueves 12 durante un invierno cuarteador de labios, en Agosto. NO podía haber hecho un mejor trato, económico y social, con la costurera. La mujer tenía mi edad y su hija quinceañera la ayudaba con las tijeras, las revistas y las tarjetas interminables repletas de colores eurítmicos, la mayoría me causaron espasmos dos meses antes cuando la visité por primera vez, al no ver en ninguna parte mi verde esperanza alucinado.

Por otro lado, para ponernos de acuerdo en la forma del traje y el velo de novia no hubo tanto inconveniente como en cuanto al color q utilizaríamos, tenía claro lo que quería. Me quedó claro también que lo que ella sabía hacer mejor era escucharme desvariar con mis alucinaciones y dejarme siempre terminarlas, como yo hacía con las autodiscusiones de mi mamá. Era una experta en descoser por acá y recortar por allá. Mi mamá nunca la conoció, solamente oyó su voz en una ocasión en la que le rogué asistirme, muy bien encerradas en mi alcoba, para mi despedida de soltera, debido a que mis amigos me habían exigido vestir con formalidad y usé un conjunto lila-índigo (según la costurera ese era el color) , con un sesgo fino en el saco y la falda. Los zapatos demasiado altos y puntiagudos me los compré a última hora y mi cuñada me regaló unas medias raras y negras, que no me negué a vestir para no herir susceptibilidades -la pobre ya tenía demasiado, de hecho, aguantando a mi hermano cerebrotónico y estudiando diseño de modas-. En fin, yo acepté las condiciones de mis amigos y amigas únicamente para asegurarme su asistencia a la iglesia y crear un compromiso.

Salí de la amarillenta y escandalosamente silenciosa casa de la costurera q tenía mi edad, sin dejar un solo detalle suelto y cargando con mis cajas, una grande y otra de su mitad que contenían vestido y velo respectivamente. El vestido verde era alto, cómodo (ya sin ningún alfiler obviamente), globular, con apliques brillantes del tamaño de una arveja, ordenados en medio de su desorden en la parte inferior y la parte de arriba simple hasta en la caída de las mangas, porque gracias a Dios en mis alucinaciones recordé perfectamente la figura del vestido que usaba una dama en la escena de una película antiquísima, que era el que yo quería y con el que había alucinado varios años. Vi a esa mujer no muy agraciada cuando miraba los grandes jardines de su reino matriarcal desde la ventana del lado más espectacular de un palacio.
Y me impactó todo eso tanto que lo recuerdo hasta hoy, perfectamente. La secuencia dejaba a la cruda imaginación la parte inferior de su vestimenta (la que nunca me ha interesado en la ropa), la superior era de color negro, con líneas rectas y verticales que se dibujaban en relieve en el corsé y las mangas parecían hechas de terciopelo, largas y flojas desde la parte de los codos. Era imprescindible para mí darme el lujo de usar un vestido que se las arregló para mantenerse en mi memoria por años de años (porque lo vi de niña), perteneciente a los 60's y contrastante con la pétrea cara de la actriz de aquella película aburrida.

Fue una suerte realmente que la costurera haya hecho de pitonisa, adivinando que aquel sonido del corsé que me había hecho -un sac sac sac- al moverme para caminar me resultaría inoportuno, así que creo que bien valieron la pena unos minutos extra con alfileres en la espalada, para ensanchar el espacio destinado a los cruces de la cinta q era la que sonaba cuando se cruzaba con ella misma. Y es que el día del matrimonio agucé mi sentido del oído de una forma extraordinaria, tanto que me ofuscaba porque no se me escapó ni el comentario de mi mamá al momento de hacer mi entrada a la iglesia, cuando le decía a mi madrina >> ¡uy!, no la cagó con el verde<<. Esa noche llevé el vestido sin cola a mi departamento. Y ahí estaba, como siempre, el ruido acariciador de mi vecino compositor del cual nadie se quejaba, por el contrario era halagado sobrecogedoramente, y nadie se había tomado nunca la molestia de dejarlo sin atención..., ni a él ni a sus compañeros de orquesta, siempre fieles a las noches de práctica en fines de semana.

Tenía ya en la cabeza cada uno de los pasos que no sólo yo tomaría el sábado 14 de Agosto, día de mi casamiento, en el cual sería levantada despiadadamente por mi reloj espacial a las 6:35am, muy a pesar de que el encuentro ceremonial estaba conveniente pactado para la noche, a las 7. 11 años antes, cuando era de 19 años aproximadamente, había leído algo en un reconocido periódico dominical sobre el desarrollo profesional de un compositor peruano muy joven, de cómo ganó un concurso en Suiza por una romántica composición para quinteto con piano, era un ganador total y tal noticia me había dado al parecer en el ombligo de la admiración, porque al ver su rostro siendo presentado en un programa cultural de televisión (una de sus primera veces), dirigiendo orquestas internacionales, como usualmente hacía, lo reconocí inmediatamente y sin ninguna duda recordé también su nombre luego de esa misma mención, estaba confirmado, era mi vecino y fue sin que nadie lo supiera, de alguna manera, uno de mis regalos de boda más bonitos también. Para ser sincera aunque no recuerdo fácilmente nombres, con los rostros de las personas me pasa lo contrario: recuerdo muy bien todos los que haya conocido, por más que haya pasado mucho tiempo sin verlas o por más que hayan sido nadie en mi vida.

Es algo muy curioso lo que me pasa porque soy una mujer con una memoria tan frágil que a veces asusta. Lo que la mayoría de vecinos encantados con las prácticas musicales del compositor sabíamos, era su nombre, el cual yo olvidaba fácilmente y más en la víspera de mi boda con tantas cosas en mente, y el que lentamente iba cobrando mayor notoriedad en el ambiente artístico… nuevamente, porque según supe después, había tenido un periodo de decaimiento total por una enfermedad que lo tumbó a la cama durante años; pocos le conocían la cara, casi ninguno había tenido el gusto de conversar con él, le terminaban confundiendo con los otros músicos que iban y venían quedándose noches enteras en su casa, a pesar de que las dulces e intrigantes melodías que nunca estaban demás, que nunca incomodaban, duraban máximo hasta las 11pm (normas de convivencia dicen).
Gracias a él, a mi admiración y a mis ganas de impresionar, años atrás, cuando leí sobre el despegue de su éxito, tenía planeado incluir uno que otro vocablo en sumerio (lengua en la que él se ha inspirado constantemente como parte de una cultura que le resultaba fascinante) para mis votos matrimoniales. Y luego, días antes de casarme me dediqué a escribir con estos vocablos incluidos en ensayos prolongados, extraídos de una corta investigación en internet. Había rellenado tantos papeles con mis garabatos que no pude al final leerlos todos por completo y no era debido al apresuramiento o la tardanza sino porque me convencí de que de no elegir al azar uno de esos papeles, terminaría diciendo cualquier cosa en el altar, como "te amo y quiero estar contigo eternamente" (!) ¡Zá! De cualquier forma jamás se me ocurrió por aquellos tiempos tener un vecino compositor y premiado ya a esas alturas varias veces, con un talento ingenuo y de índole divino, paisano mío. Alguna vez, por lo que recuerdo, causó molestias, debido a la usanza, a aquello que entraba por nuestros oídos cada mañana y por las noches cuando practicaban.

No nos habíamos dado cuenta en el edificio de que extrañábamos sus sonidos, hasta que viajó por más de tres semanas a Viena, por lo que llegó a mis oídos después, para acudir a un pequeño festival de música de cámara y colaborar con una orquesta griega con la influencia de Mikroutsikos, fue cuando todos los días nos preguntábamos: ¿cuándo volverá? Tampoco me dio por pensar en que a diferencia de mi vecino del piso inferior, que acariciaba los oídos de la vecindad, los del superior, una pareja de veinteañeros, hacían ruidos nada disimulados justo cuando a mi me provocaba el sueño en mis horas ociosas. Tenían estos como manía perversa tirarse a revolverse las tripas al piso de su sala (la que daba a mi alcobita directamente) haciendo el amor, y no entendí nunca como era que al silencio prolongado de las 10 de la mañana, después de la bulla que hacían que ya parecía tan cotidiana y normal como los octetos de vientos y cuartetos para cuerdas, le sucedían estrépitos q se prolongaban hasta la hora de mi almuerzo, a las 2 de la tarde.

Me pregunto, ¿no hacían nada más? Yo al comienzo, luego de haberme mudado, me fijé en los alaridos (q nunca validé y/o comenté) de otra manera, y los llegué a comparar con los que dan algunas personas frente a un calambre en las pantorrillas en medio de una siesta efímera cualquiera. No sé. Aunque todos los precedentes de mi boda me iban impactando, me desconecté un muy buen rato de todo aquello el 13 de Agosto, el día en q mi gata mayor me habló y otro gato quiso matarme a apenas horas de casarme, sí pues, por increíble que suene.

Había dormido realmente poco debido a una meditación prolongada hasta las 3 de la mañana, en que había pensado extra acerca de mi origen y mis ideas desconcertantes, tan distintas de cuando era una niña muy curiosa de 12, una adolescente sospechosa de 14 o una chica imposible de comprender, en muchas ocasiones sólo para ella misma y en otras... sólo para el resto, de 19, con tantas preguntas y sin ninguna respuesta; no sabía entonces que todas o la mayoría de ellas llegaban con el paso del tiempo, lo malo, claro está, es que era cuando ya no estaba en medio de una crisis o búsqueda de vida o muerte. Me tomé de franco todo el viernes 13 de Agosto por esto. Dormí como gata preñada, cené a las 4 de la tarde, sin haber almorzado nada y desayuné a las 11 de la noche, antes de ir a la cama hasta el día siguiente a las 6:30 de la mañana, en que no tendría tiempo probablemente para nada.

Fue antes de desayunar que casi me muero. Sin una casa en el centro de la ciudad, sin boda, sin terminar el trabajo q había pendiente que era lo que más me gustaba y para lo cual me había preparado mucho llevando cursos y acabando exitosamente dos especializaciones, sin muchas respuestas; casi me voy a la otra con todo…, con mis ansiedades y preocupaciones, mis afectos correspondidos felizmente, mi experiencia limpiando pomos de frutas (adquirida en trabajos informales y formalmente pagados), y... lo peor: sin mi visita prometida a la catedral Amiens y Notre dame, y sin haber pisado El Cairo espectacular, Alejandría o Gizeh, habiéndome imaginado todo nada más que en las revistas, sin siquiera haber visto algo de ello en algún sueño quimérico de mi muy consciente, era lo peor porque muchos sueños como esos eran los que me mantenían las ilusiones de que yo podría hacerlos realidad, como la felicidad tan ansiada al lado de la persona más especial del mundo con quien tanto había luchado, la persona que en algún momento formó parte de una ilusión también, una que se volvió realidad.

Había tenido decenas de decisiones en espera, lo que más fácilmente recuerdo ahora eran los olores de las gazanias y orquídeas adornando las mesas cuadradas de nuestra fiesta, como siempre lo quise y adiviné. Creo que tal vez en lo último que pensaba era en morirme en mi cama antes de casarme; también me sentía un poco trastornada sin muchas ganas de prolongar la tranquilidad otorgada por los poemas leídos y las palabras de un sacerdote. Comenzando por el vestido, todo lo relativo a la ceremonia evocaba algún momento que no supe nunca cuando se volvió eterno, decidimos en pareja dejar las infinitas alternativas modernas y los deseos de autosuficiencia de lado, estábamos muy enamorados para eso, para ambos lo fundamental era lo que sucedía después de esa fiesta simbólica, la cual significaba una de nuestras primeras victorias ante el destino.

Los organizadores de bodas son, a diferencia de lo que yo siempre creí, clarividentes y expertos en salvarle la vida a los futuros esposos (preocupados muchas veces en si casarse de día o de noche). Se me ocurrió casi al final poner una que otra traducción en los recuerdos con lazo verde esperanza otorgados a los invitados mientras comían -el organizador estuvo de acuerdo- y no se perdieron los aros de bodas como yo había pensado mientras salía y entraba al baño el día de la boda.

Me sentía muy rara por estar sola, pero sabía que no podía ser de otra manera, me hacía falta estar conmigo misma, pensar y extrañar un poco el olor del hombre que me conocía tanto (más que yo misma) que aceptó dejarme ese día para mí sola, extrañándome, lleno de nervios inexplicables también, como yo, los nervios que se le notaban tan claro en la voz por teléfono. Era el hombre más comprensivo y feliz de todo el mundo, ese día, para mí. Dejé, luego de las 6 y media, que mis felinos se recostaran conmigo, en fin, ya me habían despertado más de una vez, tan intranquilos, habiendo tirado al piso tres de mis libros y los partes que estaban sobre un velador, los mismos q aún no habían recogido mis padrinos y testigos. El macho sobre mis piernas y la hembra entre mis pies. Semanas antes me habían declarado alérgica a sus pelajes desprendidos, y si no quería morir ahogada por un ataque de asma, después de tantos años de crianza, debía deshacerme de ellos según el doctor.

Esa se convirtió en una de las noticias más tristes de los últimos días, antes de casarme, no entendía porque saberlo me hizo llorar tanto, era como si toda mi alegría estuviera en otro lado de mí, era una profunda pena por dejar de vivir con mis gatos, ellos que tanto me habían escuchado y sabían de tantas cosas buenas y malas, las sabían de mi propia boca, ellos que conocían mi historia y todos los detalles de mis momentos más desesperantes, incontables y dichosos. Lo más conveniente entonces era mi mudanza al centro luego de casarme, después pasarían a la tutela de mi mamá y hermano. Mejores cuidados que los que brinda mi mamá dudo mucho que hayan, aunque ya no conversarían tan a menudo conmigo, cosa que quizás, de tener conciencia, les hubiera agradado y hubieran agradecido después de todo. Me encontraba en pleno REM cuando me empezó a faltar el aire y mis latidos parecían producidos por bombos poderosos creando un eco envolvente, algo que me hacia levitar. Más me desesperaba el desprendimiento y dolor del alma que el mero ahogo o agotamiento.

El gato macho tenia la cola alrededor de mi cuello y yo sin protección, vestida con casi nada. Cuando abrí los ojos con esfuerzos desprendidos de la desesperación de no querer ahogarme, el gato abuelo ahora enjuto por la vejez lagrimeaba con los ojos cerrados y la cola aún alrededor de mi cuello desnudo. Entonces mi gata se nos acercó y le pidió que pensara en los hijos que yo les había visto nacer y los días en que la crianza de ellos no me permitió alejarme de casa, y los cuidados dados cuando enfermaron..., no me soltó hasta que le oí decir que el moriría antes de yo asfixiarme. Con esta amenaza en pie, me quedé sólo con la gata hembra en la cama y él desapareció entre mis zapatos y el televisor, salió corriendo.
Entonces ella se me acercó y mientras yo tosía y dejaba de oír los latidos generados por el bombo y oía los normales, me susurró por la espalda >>leche<<. Se me acercó mucho y se quedó inmóvil con la cola encima de la cara, yo me dormí otra vez quedando helada después de una llorera. Sé que es algo inaudito, sé que la cara que pone la gente cuando lo cuento es más que de sorpresa, de admiración ante mi posible locura pero lo que también sé es que si fue un sueño, para mí fue algo tan real que casi muero.

Me casé, y sorprendí en la ceremonia sólo al vecino compositor que no tenía idea de que yo ya lo conocía mucho antes de él a mí, no lo sabía, como el hecho de que yo usaría "A-nir" en mis votos, me lo comentó en la fiesta y por una conversación con él bien valió la pena hacerle un seguimiento de una semana para poder explicarle la razón de mi necesidad porque asista. Mis amigos bailaron hasta el lunes, cuando me había ya cambiado de casa y preparaba unas maletas mientras abría otras, antes de mi luna de miel. Mis padres y sus consuegros que se conocían poco, contrariamente a lo que yo pensaba no hablaron de mi, ni de mi esposo durante nuestro tiempo reunidos aquel 14 de Agosto, me contaron que los temas importantes para ellos era su propia historia de amor. Mis gatos murieron apachurrados de amor, juntos justo a la semana de haberlos mudado, me enteré de la noticia lejos y lloré 7 días y 7 noches a escondidas por ellos. Sabía desde que me enamoré por primera vez (más o menos por los días en que empezó a interesarme el tema) que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Sí claro. Según los consejos de una amiga divorciada había que eliminar del verbo conyugal varias palabras, inexactitud, unilateralidad, mudez, timidez, etcétera. Al final, mientras yacía en el lecho marital, ría de dos seres humanos enamorados, consideraba todavía los revoltosos pensamientos que se me desprendían aún despierta. ...

El tener que hacer permeable mis ideas más íntimas y no guardarme mucho o nada, siguiendo los consejos de mi amiga divorciada premiada con dos hijos adolescentes y sordos, para que mi amor dure y permanezca; con un solo hombre toda mi vida, cumpliendo votos y enlazando lazos, casualidades y parentescos (tanto como sea posible). O quizá viviendo y amando un solo día , como si fuera toda la vida. Tampoco sé. Recuerdo hoy, un tiempo después de ese domingo por la noche, que soñé con el momento en que mi otrora novio y yo nos reconciliábamos leyendo juntos las insinuaciones de Gabriel García Márquez, el mismo que decía que “la literatura es solamente un arma más con aroma a pretexto, que debe ser siempre bien fundamentado, para burlarse de los demás y hacer tretas”. Quizá está en lo cierto, yo he creído siempre que es un fruto prohibido para algunos, necesitado por otros y rico para todos. Adormecida por el amor, con un líquido hirviendo, deslizándose desde mi vientre y atravesándome mientras transitaba lentamente por mi espina dorsal, iniciando su consunción en mi alma, no sin antes sacudir a mi corazón, soñé con los instantes en los que bailábamos recién casados como si hubiéramos sido las dos únicas criaturas en el sistema planetario solar, vivas, en un ámbito celestial en donde no existían ni remotamente las palabras de las que me había dicho mi amiga, ni esas dudas o preocupaciones, ni ninguna otra tampoco.

Y sentí otra vez como nos besábamos y nada era plural; era un hálito sutil que parecía desvanecerse frente a la perfección e inutilizaba los relojes de la concurrencia.

Él me había elegido una canción y yo una a él, no sabiendo que todas eran de los dos. Me di cuenta de que mi idea obstinada y que parecía infranqueable para todos de casarme el día 13 de Agosto, en pleno invierno, sin importarme que caiga viernes o no, fue tan insignificante que desistí de cualquier intento torpe... incluso el de retar a la mala suerte, toda esa terquedad quedó atrás tiempo antes de decidir la fecha incluso, fue como el último vestigio de mi rebeldía. Fue un matrimonio de ensueño, en donde bailó el vecino compositor con mi mamá, y con el mismo con el que seguiré soñando siempre, así como con la costurera eficiente, con el día de mi cumpleaños durmiendo, con el día en que mi gata me habló antes de morir y con la escena eterna de la película que me hizo alucinar, metida entre los chiribitiles de mi memoria o mi consciente, inclusive hasta estos días, después de mis 30.